Los niños en el colegio… y la mamá en la casa

Hace rato no escribo de mis experiencias personales… En estos últimos meses, mi vida y mis rutinas han cambiado un poco. Todo porque ya tengo a mis dos hijos en el colegio…

Pedro mi pequeño empezó el cole en Agosto. Como ya he contado en este blog, Pedro es un niño muy apegado a la mamá desde pequeño y eso no ha cambiado a pesar de que crezca. Al ser un niño tan apegado, ha sido como una sombra mía, muy amoroso y pendiente de mí. Por eso su entrada al colegio no solamente fue dura para el, sino también para mí. Estaba llena de ansiedad y de expectativas. Su entrada y adaptación a la guardería no fue fácil y por eso estaba llena de temor de que fuera a sufrir en este proceso… (La historia aquí: Una semana sin llorar en la guardería)

El primer día de colegio fue duro. Se quedó llorando (a los gritos) a pesar de que estuvimos un tiempo con el, esperando que se familiarizara con el salón. Me fui algo triste pero luego la profe me escribió que ya estaba tranquilo y feliz. Por la tarde Pedro llegó en el transporte del colegio, estaba feliz, me dijo que pasó deliciosísimo,  y que «tuve miedo y lo enfrenté». Los siguientes días fueron similares pero cada vez lloró menos. Siempre en las tardes regresa feliz y satisfecho. Creo que el hecho de quedarse solo y pasar rico le da una satisfacción gigante de poder lograr enfrentar sus miedos. Poco a poco hemos ido enfrentando pequeños retos para que el se sienta cómodo y tranquilo, con la ayuda de las profesoras y el personal del colegio, que nos han apoyado y han permitido que el niño tenga su proceso a su ritmo. Su hermano también ha sido un gran apoyo. En las mañanas lo acompaña al salón y eso le da seguridad. En el colegio se encuentra también con sus primos y amigos y eso hace que el se sienta súper grande. Todos los días llega con nuevas historias y me cuenta todo lo que aprende.

Para mí ha sido un poco raro estar sin los niños la mayor parte del día. Antes estaba con Pedro mucho rato en la mañana y volvía a recogerlo en la guarde al medio día. Ahora se van desde muy temprano y llegan casi en mitad de la tarde. Tengo mucho tiempo para mí y siento que lo estoy disfrutando. La hora del almuerzo es rara sin ningún niño y la casa se siente vacía. Me llena de emoción la hora en que llegan (miro el reloj contando cada minuto cuando falta poco), bajo a esperarlos y me muero de la felicidad cuando los veo, con su ropita y sus caritas sucias (signo de que pasaron rico), con sus ojos llenos de emoción, no paran de hablar, de contar historias, y yo me voy llenando, como recargando de una energía increíble, para sentarnos a hacer tareas o a pasar la tarde. Para Pedro ir al colegio es jugar fútbol. «Me fue bien, metí muchos goles o me fué mal, perdimos el partido». Para el, como para todos los niños el recreo es lo más importante.

Poco a poco me he ido acostumbrando a esta nueva rutina que me acompañará por muchos años. Tener tiempo para trabajar o hacer mis cosas sin interrupciones, almorzar sin los niños, poco a poco volviendo a ser «yo sin ellos». A veces siento como un huequito en el corazón y me hacen mucha falta, otras veces me siento feliz, pero lo más emocionante es verlos crecer y ver sus pequeños logros, cosas sencillas que los llenan de satisfacción, aprender cosas nuevas, conocer nuevos amigos, y saber que están sin mí, pero están felices, ganando independencia, autonomía y seguridad, para ser niños y personas felices, como debe ser. Yo nunca podré volver a ser la «yo sin ellos» que era antes de ellos, ahora estoy sola mucho más tiempo pero mi cabeza y mi corazón deambulan en un lugar lejano, donde mis niños corren, juegan fútbol y aprenden canciones.

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