La semana pasada, mi hijo Pedro, que se ha distinguido por su apego exagerado a la mamá llegó con una carta del colegio que decía: «Mami, me gusta estar kontigo, pero me gusta más esar en el colegio». Yo la vi y un lado de mi corazón se arrugó un poquito y el otro lado se hinchó. Y comprendí que esto de la dualidad hace parte de nuestro día a día de ser mamás. «Que rico que se quede feliz en el colegio, que esté tranquilo, que disfrute y que no sufra, me encanta y me alegra cantidades saber que cuando no está conmigo está feliz», pensó mi lado maduro y evolucionado. «Que dolor que prefiera otro lugar sin mí a estar conmigo», pensó mi lado egoísta, inmaduro e irracional. En toda esta situación comprendí que el tiempo en que mis hijos eran míos, sólo míos está pasando. Ahora están alistandose para su vida, su mundo, sus espacios, sus experiencias. Pasito a pasito cada día van a ser un tris más independientes, y eso como mamás nos debería alegrar mucho. Porque estamos criando hijos para el mundo, para que vivan SU vida, no la nuestra, para que construyan su historia. Pero eso en el fondo del corazón no deja de doler un poquito, porque muchas veces los vemos como nuestros bebes, cuando eran 100% dependientes de nosotros y era delicioso. Pero ahora también es delicioso saber que estan viviendo experiencias maravillosas y hay que adaptarse a compartir y disfrutar esas historias, todo su aprendizaje, todo lo que les pasa cada día. Muchas mamás no quisieramos que esa etapa de chiquitos pasara, se nos va muy rápido y se que debo entender que eso ya está en el pasado, que ahora debo disfrutar esta etapa, que me da un poco más de independencia a mi también para hacer mis cosas, lo que me gusta, y volver un poco a la YO que era antes de ellos, o por lo menos lo que queda de ELLA. Todo eso lo sé perfecto pero un pedacito de mi todavía no lo entiende. Mis hijos no son mios, son de ellos, de sus amigos, de sus profes, del mundo, de sus experiencias, de su camino.