«Mami, perdí el control»

Todos nos equivocamos y nuestros hijos no son la excepción. A su corta edad están aprendiendo a enfrentar el mundo y las situaciones sociales. Con esta historia, «Mami, perdí el control» les cuento como a mis hijos también les ha pasado y como lo he manejado hasta ahora, buscando que el niño aprenda y terminando yo también por aprender de cada ocasión.

Dicen que el carácter es algo que tiene que ver con la personalidad y el temperamento. Cada niño nace con una personalidad y por lo general los diferentes hijos son muy distintos en todo. Mi hijo mayor por lo general es un niño muy calmado y tranquilo. El apenas aprendió a pelear mucho después de que naciera su hermano y casi siempre es el que pierde la pelea. Normalmente acepta las cosas y reacciona con tranquilidad. Pero hay momentos en que una combinación de factores hace que explote (luego les contaré cuales creo que son).
Hace poco mi hijo estaba en una clase y perdió el control. Estaban jugando «chucha» y una niña lo agarró, no lo soltaba, en ese momento el quería zafarse y no pudo, algo hizo que se descontrolara. Comenzó a tirar patadas y a gritar palabrotas a las personas que estaban alrededor, no solo pateó a la niña sino a otros. Gritó groserías hasta que la profesora le pidió que se retirara de la clase, ni ella se salvó de un insulto. Yo estaba afuera esperando y lo vi venir antes de la hora de salida, el estaba con su carita descompuesta. Me dijo: «me sacaron de clase» y nos subimos al carro para irnos. Empezó a llorar mientras trataba de explicarme, las palabras le salían en desorden, no lograba organizar sus ideas, sus pensamientos, sus sentimientos, yo lo dejé que llorara. Le pedí que me contara lo que pasó. Lo dejé que hablara. Hablaba y lloraba, lloraba y hablaba, lleno de palabras desodenadas, incoherente. Yo no entendía nada porque mezclaba hechos, sentimientos. Estaba muy triste y descompuesto. Me decía: «Me siento mal, estoy sufriendo, nadie entiende lo que yo siento». Me parecía duro verlo así. Todo esto sabiendo que había cometido un gran error (la profesora me contó por el chat lo que había pasado). Durante todo esto yo estuve calmada. Dejé que botara toda su tensión. Dejé que hablara, que hablara, que hablara. Luego de que se calmó reflexioné con el, sobre lo que hizo mal. El lo reconoció: «Mami, perdí el control».
Para una mamá no es fácil que este tipo de cosas sucedan. Uno se siente mal. Le da pena de los directamente afectados, en este caso de los niños y la profesora. También de los papás de esos niños. Le importa el que dirán. Pero la realidad es que mi hijo fue el que actuó mal, fue el que no respetó a otros. Aunque también percibía que el pasaba por un momento difícil.
No es la primera vez que sucede. Ya había pasado un par de veces. Hemos aprendido los dos a manejarlo. Al principio yo me ofuscaba, trataba de que se calmara (yo estando ofuscada), lo cual no funcionaba. Luego traté de permanecer calmada (neutra) en estas situaciones. Llegar a darme cuenta de que además de las víctimas directas de la situación, mi hijo estaba sufriendo, pues el sabía que se había equivocado, pero no sabía manejarlo. Poco a poco he comenzado a hablar con el sobre la inteligencia emocional. Le he explicado que así como uno es inteligente para las matemáticas o para las ciencias, puede hacerlo para controlar sus emociones. Es algo que no es fácil, hay gente de 60 años que todavía no lo logra (eso le digo). Pero que el va a aprender porque yo le voy a ayudar. Todo esto se lo he dicho cuando ya el niño está calmado, pues alterado no funciona. Además de explicarle que es eso de la «inteligencia emocional», para estas situaciones le he enseñado a mi hijo algunas técnicas para que pueda manejarlo:
– Le he dicho que trate de identificar cuando va a perder el control, cuando lo está perdiendo o cuando lo acaba de perder y en ese momento debe retirarse de la situación (irse a un lado, salirse de donde esté, si se puede, buscar aislarse del grupo). Esto implica desarrollar un poco de conciencia sobre si mismo, lo cual no es fácil pero se puede ir ejercitando.
– Luego de retirarse debe buscar calmarse. La mejor manera, la que más nos ha funcionado, es respirar. Inhalar, aguantar la respiración, contar hasta 10 y botar. Esto hacerlo por ahi 10 veces o lo suficiente hasta que sienta que ya se calmó.
– Las acciones tienen consecuencias, hay que entender que si hubo un error habrá algo después de esto, por ejemplo pedir disculpas o asumir un castigo.

En el manejo de este proceso yo he aprendido:
– No puedo ofuscarme ni alterarme. Una persona alterada no puede calmar a otra.
– Debo dejarlo que bote su emoción sin hacerle daño a nadie ni a el. O sea, puede llorar o por ejemplo pegarle a un cojín. Dejarlo. Nunca le digo «no llores» o «los hombres no lloran», me parece absurdo.
– Entender que el manejo de emociones es difícil, incluso para uno (todavía a los 36 años yo he perdido el control, ahora cómo exigirle a un niño de 8 años que lo domine?). El ejemplo también es una herramienta poderosa. Cómo manejo yo mis situaciones difíciles? Se calmarme? Pierdo el control? (Esto es MUY importante)
– Me he dado cuenta que después de que he implementado este nuevo manejo, mi hijo confía más en mi. Sabe que no lo voy a gritar o a regañar sino que le voy a ayudar a que aprenda a manejarlo. Siento una imnensa confianza de el en mi.
– Es importante identificar si este tipo de comportamientos están amarrados a factores externos que generen tensión, intolerancia, cansancio o ansiedad. Por ejemplo, mi hijo tiende más a perder el control cuando no ha dormido bien y está cansado.

Todos cometemos errores, y en el manejo de emociones mucho más. Somos seres emocionales, cambiamos constantemente y nos equivocamos. Así tengamos 8, 10 o 40 años. Enseñar a los hijos a manejar sus emociones es muy importante, porque además nos hace ser conscientes de las nuestras y nos hace crecer como padres y como personas.
Yo espero que mis hijos cada vez más aprendan a ser concientes de si mismos y a manejar esa parte emocional. Se que se van a equivocar, así como lo hago yo, pero estoy ahi para apoyarlos, ayudarles y enseñarles, en este camino de la maternidad, en el cual también aprendo yo.

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