Todo por una sonrisa

Las mamás hacemos muchas cosas por nuestros hijos. Muchas de esas cosas implican dejar a un lado el tiempo de uno, el momento de descanso y hasta algunas responsabilidades. Todo lo hacemos muchas veces sin esperar nada a cambio, porque una carita o una sonrisa puede recompensar todo lo que se invierte y dejarte recargada.

Mi hijo Pedro cumple años en vacaciones. Nunca le ha tocado celebrar el día de su cumpleaños en su colegio y nunca le tocará. Para un niño cumplir años en el colegio puede ser algo así como lo más maravilloso, pues ese día es el rey, todos lo felicitan y además en el caso del colegio de mis hijos, la mamá sube en la media-mañana con una torta y le cantan el cumpleaños todos los compañeros del salón. Eso nunca le había pasado a Pedro.

Hace poco llegó con una idea: «Mami quiero celebrar mi cumpleaños en el colegio». Yo le dije: «Claro, dime que día lo celebramos» y el solito eligió que fuera el día de hoy.

Nunca había visto un niño tan entusiasmado con algo. Desde hace 8 días quería que hicieramos la torta, quería una torta con un «spinner», el juguete de moda. Todos los días contaba cuanto faltaba para que llegara el momento.

En el colegio igual, todos supieron que iban a celebrar su cumpleaños, le contó a los profesores de todas las materias, estuvo toda la semana súper emocionado y hasta ansioso.

Desde el martes compré los ingredientes de la torta: «Mami, quiero que sea de chocolate y que tenga arequipe en la mitad, quiero que la cubras con crema y tenga el dibujo de un spinner. Mami y quiero que a la torta le escribas MI nombre». El martes llegó súper entusiasmado a hacerla y el miércoles la cubrimos, invertimos la tarde del martes y del miércoles haciendo su torta. El participó activamente en todo.

Esta mañana me levanté, y antes de irse para el colegio me dejó una lista de todo lo que debía llevar. Se fue estrenando camiseta feliz. Fui con mi mamá, nos bajamos en el colegio con la torta y una cajita con todas las cosas que el me apuntó en su lista.

Llegamos hasta el corredor donde se encuentra su salón, el estaba afuera paradito, esperando. El nos miró y sonrió. Sonrió con esa sonrisa que carga emoción, pena, susto, felicidad, sorpresa. Esas sonrisas que sólo sabemos interpretar las mamás (o las abuelas) y que nos llegan al alma.

Esa sonrisa que me hizo entender, que mis dos tardes invertidas, que mi mañana partida, que el entusiasmo que le puse a la celebración de su cumpleaños, que el tiempo que dejé de invertir en trabajar, en escribir un nuevo post, en publicar en redes, en comprar un hornito para mi casa pues el que tenemos se dañó, en todo lo que dejé de hacer, valió la pena.

Y así somos las mamás. Damos todo, nuestro tiempo, nuestro sueño, dejamos cosas colgadas, quedamos mal, nos quedamos sin un minuto para nosotras mismas, todo por ellos y todo por ver una sonrisa de esas.

Quien podría pensar que una sonrisa podía ser el pago de horas invertidas, de esfuerzo desmedido, de acomodarse y reacomodarse, de dejar cosas tiradas, de olvidarse de uno, de tantos esfuerzos y sacrificios hechos, de esos que nadie se da cuenta, pero nosotros sí.

Pero así es el amor, una locura hermosa. Esa sonrisa hizo mi día.

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