5 Cosas peligrosas que debe dejar hacer a sus hijos

Esta semana estuve viendo una conferencia en TED de un señor llamado Gever Tulleg, titulada: «5 Dangerous things you should let your kids do» .  Me llamó mucho la atención pues este señor hablaba de que los niños actualmente están tan protegidos y blindados que no aprenden a manejar objetos o situaciones que pueden ser peligrosas. Si les permitieramos poco a poco jugar y experimentar más con elementos cotidianos que son catalogados como peligrosos (clavos, destornillador, encendedores, etc), los niños aprenderían a manejarlos apropiadamente y tal vez hasta evitaríamos accidentes. Las 5 cosas peligrosas que debemos dejar hacer a nuestros hijos son:

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Ser una madre que se queda en casa es un lujo… ¿pero para quién?

Este artículo fue adaptado por la bloguera Candela Duato en uosocl.com y me encantó… y fue escrito por Chaunie Brusie en Babble.

Hace algunos días, leí un artículo en el Washington Post acerca de una madre que era ama de casa y que estaba teniendo problemas para responder a la siempre popular pregunta: “¿Y qué haces todo el día?” ahora que sus hijos van a la escuela.

Es un tema que ha dado vueltas por mi mente últimamente mientras veo desconcertada cómo mis hijos insisten en crecer a una rapidez que claramente no estaba en las claúsulas del contrato cuando decidí ser madre. Miro a la más pequeña – una niña de siete semanas – y juro que mi mente ya está puesta en el día en que (mañana, probablemente) me estaré despidiendo de ella con un beso en su frente en su primer día de jardín infantil.

Pero volviendo a lo que nos llama. Mientras leía el artículo, revisé la sección de comentarios, anticipando que habrían algunos tontos comentarios en que alguna madre que se queda en la casa y que, básicamente, proclamaría no sentir culpa por hacer absolutamente nada en todo el día, cuando me encontré con este comentario realmente notable:

“Trabajo a jornada completa, y mi marido se queda en casa. Tenemos dos hijos que van a la escuela todo el día (de 8 am a 3 pm). ¿No se dan cuenta de lo mucho que facilita mantener un trabajo a jornada completa cuando tienes a alguien en casa con los niños? Puedo trabajar hasta tarde, y viajar cuando lo necesito sin tener que preocuparme por ellos. Los fines de semana son relajados, no tenemos que estar corriendo para hacer trámites y tareas de la casa. Puedo volver a trabajar el lunes siguiente habiendo realmente descansado el fin de semana. Es un lujo para MÍ el tener un esposo que se quede en casa.”

Quedé atónita.

Perpleja porque en todos mis años siendo una escritora/madre que se queda en casa, siempre he estado peleando contra el sentimiento de que no estoy haciendo lo suficiente o siendo lo suficiente. Siempre sentí, honestamente, que le debía al mundo algún tipo de explicación por estar en casa. Que he tenido que vivir con el hecho de que como yo decidí quedarme en casa, mi familia tiene que hacer sacrificios – como no tener ¡televisión por cable! He sentido la necesidad de hornear pasteles para que le mundo sepa que no soy un miembro inútil de la sociedad.

Y en medio de toda ese desorden mental y culpa, nunca se me pasó por la cabeza que quedarme en casa no era un “lujo” solo para mí… Es también un lujo para mi esposo. Y de repente, cuando leí esas palabras, todo me hizo sentido. Evidentemente es un lujo para el cónyuge que trabaja fuera de casa el tener un compañero que se quede en casa con los niños. Alguien que siempre está ahí para encargarse de los inevitables días de enfermedades, hacer las citas con los doctores, asegurarse de que las despensas estén llenas e incluso asegurarse de que nadie robe el paquete que el cartero dejará en la entrada de la casa.

Y luego – ¡bendito sea! – tener a alguien que te ahorre la preocupación de tener que preparar a tus hijos para el mundo. Alguien que siempre esté ahí para besar la rodilla de tu hijo cuando se haga una herida o encargarse de que aprenda a ir al baño e incluso, alguien que te espere con un plato caliente de comida cuando llegues a casa.

Imagina eso.

Me di cuenta, en un brote de asombro, que he pasado la mitad de mi matrimonio sintiéndome un poco culpable por ser a la que “le toca” quedarse en cama. He intentado alejar la vergüenza de quedarme acurrucada en mi agradable cama en la mañana mientras mi esposo marchaba por la nieve para ir a trabajar, y he sentido la absurda necesidad de llenar mis días con un millón de actividades para enumerárselas a mi marido cuando llegara a casa en un intento de convencer (¿a quién realmente? Más que a nadie, a mi misma…) de que era “productiva.” Me di cuenta, por primera vez en la vida, que no tengo nada que demostrarle a nadie. Que me he estado  esforzado tanto para trabajar desde mi casa, siempre preocupada de tenerla limpia, y a la vez logrando hacer todas las actividades relacionadas a la educación de mis hijos porque era mí tarea.  Y debía hacerlo bien ya que mi esposo estaba trabajando. Por todas estas cosas nunca pensé que el estar en casa con nuestros hijos podría ser, de hecho, un regalo para mi esposo.

Hoy escribo las palabras de este artículo en una de esas raras mañanas “libres”, cortesía de mi esposo ya que se tomó un día libre de la oficina. Estoy sentada en un café, escribiendo durante las dos horas que tengo antes que deba amamantar a mi hija. Y, de hecho, acabo de llamar a mi marido, quien se ha ofrecido como voluntario para ser yo por el día – para que yo pudiera trabajar – para preguntarle lo que piensa sobre el tema y para saber si puedo incluirlo en esta entrega citándolo.

Al fondo escucho a mi hija llorando, a la de dos años subida en su pierna, y al de cuatro años cantando alegremente con todas sus fuerzas, habiendo recién llegado del parvulario. Vi la escena tal como la había dejado en la mañana – quedaban cuatro cargas de lavandería sin hacer desde el fin de semana, la casa estaba en un estado catastrófico, los huevos seguían cocinados sobre el sartén desde la hora del desayuno.Dulcemente, le pedí algo que citar – ¿alguna vez consideró que el que yo me quedara en casa era un regalo para él? “¡¿Qué?!” preguntó frenéticamente, con una desesperación haciéndose dueña de su voz. “No lo sé, ¿tengo que darte algo que citar en este momento? O sea, ella está llorando y yo estoy intentando cocinar los macarrones con queso y si pudiera tomarla en brazos quizás ella dejaría de llorar…” y se fue por otro sendero, al parecer, demasiado abrumado para terminar su pensamiento.

Sonreí – quizás de forma demasiado petulante. Porque creo que esa fue mi respuesta. Ser yo por un día no es tan fácil. Y que él estuviera ahí para que yo pudiese estar en otra parte trabajando… bueno, realmente fue un lujo. Y un regalo.

Original.

 

El primer año de una mamá

El primer año de un niño, es también el primer año de una mamá. Y es así, porque cuando eres mamá vuelves a vivirlo todo. Ahora con toda la conciencia y con toda las emociones posibles. Quiero compartir un comercial que hizo Pampers en Japón con ayuda de los papás, para reconocer todo el esfuerzo que hace una mamá en el primer año de vida de un hijo. Es hermoso, lloré al verlo! (Hay que ponerle subtitulos para entender)

Vivir a la carrera…

Hoy me llegó un artículo como un regalito, lo escribió una maestra llamada Rachel Macy Stafford y se llama «El día en que dejé de decir date prisa». Me hizo pensar mucho en la manera como vivimos actualmente, pues últimamente me he dado cuenta de que estoy cansada de vivir a la carrera. Así nos mantenemos la mayoría de los padres, siempre apretados de tiempo, de un sitio para otro, no dejamos a los niños ni respirar, es como si estuvieramos arriando ganado, arreglate, no cojas eso, es hora de salir, no te distraigas…. Definitivamente los niños son maestros, y hay que aprender de ellos a vivir tranquilos, hay que dejarlos tomarse su tiempo, mirar las hojitas, las nubes, ponerse el cinturón del carro sin afán. Quiero dejar de vivir a la carrera, dejar de acosar a mis hijos, que ellos puedan tomarse su tiempo. Espero que este artículo sirva a otros para reflexionar:

El día en que dejé de decir «date prisa»

Cuando estás viviendo una vida apretada, cada minuto cuenta. Sientes que deberías tachar algo de la lista de cosas pendientes, mirar una pantalla, o salir corriendo hacia el siguiente destino. Y no importa en cuántas partes dividas tu tiempo y atención, no importa cuántas tareas trates de hacer a la vez, nunca hay suficiente tiempo para ponerse al día.

Esa fue mi vida durante dos años frenéticos. Mis pensamientos y acciones estaban controlados por notificaciones electrónicas, melodías para el móvil y agendas repletas. Y aunque cada fibra de mi sargento interior quería llegar a tiempo a todas las actividades de mi programa, yo no.

Verás, hace seis años, fui bendecida con una niña relajada, sin preocupaciones, del tipo de quienes se paran a oler las rosas.

Cuando tenía que estar ya fuera de casa, ella estaba ahí, toda dulzura, tomándose su tiempo para elegir un bolso y una corona con purpurina.

Cuando tenía que estar en algún sitio desde hacía cinco minutos, ella insistía en intentar sentar y ponerle el cinturón de seguridad a su peluche.

Cuando necesitaba pasar rápidamente a comprar un bocadillo en Subway, se paraba a hablar con la señora mayor que se parecía a su abuela.

Cuando tenía 30 minutos para ir a correr, quería que parase la sillita para acariciar a cada perro con el que nos cruzábamos.

Cuando tenía la agenda completa desde las seis de la mañana, me pedía que le dejase cascar y batir los huevos con todo cuidado.

Mi niña despreocupada fue un regalo para mi personalidad de tipo A, orientada al trabajo, pero yo no lo vi. Oh no, cuando tienes una vida apretada, tienes visión de túnel – solo ves el siguiente punto en tu agenda. Y todo lo que no se pueda tachar de la lista es una pérdida de tiempo.Cada vez que mi hija me desviaba de mi horario, me decía a mí misma: «No tenemos tiempo para esto». Así que las dos palabras que más usaba con mi pequeña amante de la vida eran: «Date prisa».

Empezaba mis frases con esas dos palabras.

Date prisa, vamos a llegar tarde.

Y las terminaba igual.

Nos lo vamos a perder todo si no te das prisa.

Comenzaba el día así.

Date prisa y cómete el desayuno.

Date prisa y vístete.

Terminaba el día de la misma forma.

Date prisa y lávate los dientes.

Date prisa y métete en la cama.
Y aunque las palabras «date prisa» conseguían poco o nada para aumentar la velocidad de mi hija, las pronunciaba igualmente. Tal vez incluso más que las palabras «te quiero».

La verdad duele, pero la verdad cura… y me acerca a la madre que quiero ser.

Entonces, un día trascendental, las cosas cambiaron. Habíamos recogido a mi hija mayor del cole y estábamos saliendo del coche. Como no iba lo suficientemente deprisa para su gusto, mi hija mayor le dijo a su hermana: «Eres muy lenta». Y cuando se cruzó de brazos y dejó escapar un suspiro exasperado, me vi a mí misma – la visión fue desgarradora.

Yo era una matona que empujaba y presionaba y acosaba a una niña pequeña que sólo quería disfrutar de la vida.

Se me abrieron los ojos, vi con claridad el daño que mi existencia apresurada infligía a mis dos hijas.

Aunque me temblaba la voz, miré a los ojos de mi hija pequeña y le dije: «Siento mucho haberte metido prisa. Me encanta que te tomes tu tiempo, y me gustaría ser más como tú».

Mis dos hijas me miraban igualmente sorprendidas por mi dolorosa admisión, pero la cara de mi hija menor tenía un brillo inconfundible de validación y aceptación.

«Prometo ser más paciente a partir de ahora», dije mientras abrazaba a mi pequeña, que sonreía con la promesa de su madre.

Fue bastante fácil desterrar las palabras «date prisa» de mi vocabulario. Lo que no fue tan fácil era conseguir la paciencia necesaria para esperar a mi lenta hija. Para ayudarnos a las dos, empecé a darle un poco más de tiempo para prepararse si teníamos que ir a alguna parte. Y a veces, incluso así, todavía llegábamos tarde. En esos momentos me tranquilizaba pensar que solo llegaría tarde a los sitios unos pocos años, mientras ella fuese pequeña.

Cuando mi hija y yo íbamos a pasear o a la tienda, le dejaba marcar el ritmo. Y cuando se paraba para admirar algo, intentaba quitarme la agenda de la cabeza para simplemente observar lo que hacía. Vi expresiones en su cara que no había visto nunca antes. Estudié los hoyuelos de sus manos y la forma en que sus ojos se arrugan cuando sonríe. Vi cómo otras personas respondían cuando se paraba para hablar con ellos. Observé cómo descubría bichos interesantes y flores bonitas. Era una observadora, y aprendí rápidamente que los observadores del mundo son regalos raros y hermosos. Ahí fue cuando por fin me di cuenta de que era un regalo para mi alma frenética.

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Mi promesa de frenar es de hace casi tres años, y al mismo tiempo empezó mi viaje para dejar de lado la distracción diaria y atrapar lo que de verdad importa en la vida. Vivir en un ritmo más lento todavía requiere un esfuerzo extra. Mi hija pequeña es el vivo recuerdo de por qué tengo que seguir intentándolo. De hecho, el otro día, me lo volvió a recordar.

Habíamos salido a dar un paseo en bicicleta durante las vacaciones. Después de comprarle un helado, se sentó en una mesa de picnic para admirar con deleite la torre de hielo que tenía en la mano.

De repente, una mirada de preocupación cruzó su rostro. «¿Tengo que darme prisa, mamá?»

Casi lloro. Tal vez las cicatrices de una vida acelerada no desaparecen por completo, pensé con tristeza.

Mientras mi hija me miraba esperando a saber si podía tomarse su tiempo, supe que tenía una opción. Podía sentarme allí y sufrir pensando en la cantidad de veces que le había metido prisa a mi hija en la vida… o podía celebrar el hecho de que hoy intento hacer algo distinto.

Elegí vivir el hoy.

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«No tienes que darte prisa. Tómate tu tiempo», le dije tranquilamente. Su rostro se iluminó al instante y se le relajaron los hombros.

Y así estuvimos hablando de las cosas de las que hablan las niñas de seis años que tocan el ukelele. Incluso hubo momentos en que nos sentamos en silencio simplemente sonriendo la una a la otra y admirando las vistas y sonidos que nos rodeaban.

Pensé que mi hija se iba a comer toda la maldita cosa – pero cuando llegó al último pedazo, me pasó la cuchara con lo que quedaba de helado. «He guardado el último bocado para ti, mamá», me dijo con orgullo.

Mientras el manjar saciaba mi sed, me dí cuenta de que había hecho el negocio de mi vida.

Le di a mi hija un poco de tiempo … y, a cambio, ella me dio su último sorbo y me recordó que las cosas son más dulces y el amor llega con más facilidad cuando dejas de correr por la vida.

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Ya se trate de …

Tomarse un helado

Coger flores

Ponerse el cinturón de seguridad

Batir huevos

Buscar conchas en la playa

Ver mariquitas y otros bichos

Pasear por la calle

No diré: «No tenemos tiempo para esto». Porque básicamente estaría diciendo: «No tenemos tiempo para vivir».

Hacer una pausa para deleitarse con los placeres simples de la vida es la única manera de vivir de verdad.

(Confía en mí, he aprendido de la mejor experta del mundo.)

12 maneras de ser la madre más mala del mundo

Este artículo fue publicado en la página familias.com y me pareció muy interesante… creo que muchas veces los hijos nos dicen que somos malas mamás, personalmente los míos me dicen cosas como «tu eres muy grosera con los niños», o «tu nos regañas y nos molestas mucho» y yo les digo: ese es mi trabajo como mamá, molestarlos para que sean niños educados, buenos e independientes y siempre lo seguiré haciendo hasta que sean grandes y después también…. espero que les sirva el artículo

Cuando tus hijos te dicen que eres “mala”, debes de tomarlo como un cumplido. No cedas a los caprichos de tus hijos, pueden pensar lo peor de ti ahora, pero te lo agradecerán más tarde.

Una vez, después de ir de compras, salí de la tienda sin ceder a la rabieta de mi hija por una galleta. Una mujer me detuvo en el estacionamiento y me dijo que era la mejor madre en el centro comercial. Mi hija definitivamente no pensaba lo mismo. Cuando tus hijos te dicen “mala” tómalo como un cumplido.

La nueva generación ha sido considerada la de los niños más perezosos, más groseros, menos limitados y sin restricciones en la historia. Las cosas que se dicen sobre los niños malcriados y consentidos asustan a la mejor de las madres. La verdad es que: la culpa no es solo de los niños, sino también de los padres. Lo más fácil en la vida es acceder a todos los pedidos de nuestros hijos. Después de todo, ¿acaso no todas queremos ser la mamá “buena onda”? No cedas a los caprichos, tus hijos pueden pensar lo peor de ti ahora, pero te lo agradecerán más tarde.

Aquí hay 12 maneras para que te asegures de ser la madre más mala del mundo:

1. Asegúrate de que tus hijos se acuesten a dormir a una hora razonable. ¿Sinceramente habrá alguien que no haya oído hablar de la importancia de una buena noche de sueño para la salud de un niño? Sé una madre responsable y manda a tu hijo a la cama a su hora. Nadie dijo que el niño deba desear irse a dormir. Puede resistirse al principio, pero con constancia, va a saber que estás hablando en serio. Después de darle un beso de buenas noches, saborea la paz que trae el silencio o disfruta de tiempo de calidad con tu pareja.

2. No les sirvas postre a tus hijos todos los días. Las golosinas deben guardarse para ocasiones que lo ameriten. Esto es lo que las hace especiales. Si solo cedes a las demandas de tu hijo y le das caramelos todo el tiempo, no va a poder apreciar el gesto cuando alguien le ofrezca un regalo dulce de recompensa. Además, piensa en todas las facturas del dentista y del médico que pueden resultar por el exceso de esta indulgencia.

3. Hazles pagar por sus propias cosas. Si quieres algo, tienes que pagarlo. Esa es la forma en que funciona la vida de los adultos. Para asegurarte de que tus hijos no vivan contigo para siempre, es necesario enseñarles hoy que los aparatos electrónicos, videojuegos, salidas al cine, uniformes y equipos deportivos de los que tanto gozan SI tienen un precio. Si tienen que pagar por todo o por parte de ese costo, van a apreciarlos todavía más. También puedes evitar pagar por algo que tu hijo realmente no deseaba. Si él no está dispuesto a pagar la mitad que le corresponde es muy probable que no lo quiera tanto.

4. No les facilites la vida. Algunos niños tienen un despertar muy difícil cuando consiguen un trabajo y se dan cuenta de que las reglas en realidad sí se aplican a ellos. Tienen que llegar a tiempo y hacer lo que el jefe les pide. Y, (¡oh no!) habrá muchos aspectos del trabajo que ni siquiera les gustan. Si no te agrada el profesor de tu hijo, su compañero de laboratorio, la posición asignada en el campo de fútbol o la ubicación de la parada de autobús, evita la tentación de hacer un escándalo o de mover palancas con tus contactos hasta arreglar la situación a su preferencia. Haciendo esto le estarás robando a tu hijo la oportunidad de aprender o sacar algo bueno de una situación difícil. Enfrentar circunstancias no ideales es algo que tendrán que hacer la mayor parte de su vida adulta. Si los niños no aprenden a manejar y sobrellevar la situación, estarán encaminados al fracaso.

5. Hazlos hacer cosas difíciles. No asumas control automáticamente cuando las cosas se ponen difíciles. Nada les da a tus hijos un mayor impulso de auto-confianza que tomar las riendas de la situación y superar algo difícil para ellos.

6. Dales un reloj y un despertador. A tu hija le irá mucho mejor si aprende la responsabilidad de administrar su propio tiempo. No siempre vas a estar ahí para recordarle que apague el televisor y que debe prepararse para salir y llegar a su compromiso a tiempo.

7. No te preocupes por comprarles el último modelo. Enséñales a tus hijos a sentir gratitud y satisfacción con las cosas que tienen. Si siempre se preocupan por obtener el celular más caro y más nuevo estando al pendiente de quién ya lo tiene, vivirán encadenados a la deuda y a la infelicidad.

8. Déjalos saborear las pérdidas. Si tu niño rompe un juguete, no lo reemplaces. Él aprenderá una valiosa lección sobre el cuidado de sus cosas. Si tu hijo se olvida de entregar la tarea a tiempo, deja que se saque la mala nota que le corresponde o que se arregle con su maestro con una tarea adicional para compensar el crédito perdido. Estás enseñando a tus hijos el concepto de la responsabilidad – acaso no quieres criar hijos responsables? Seguro que ellos te recuerdan de las cosas que se te olvidan a ti.

9. Toma control de la tecnología que usan. Si todos los demás padres dejan a sus hijos saltar de un puente, ¿tú también lo permitirías? No dejes que tus hijos vean un programa de televisión o jueguen videojuegos que no son apropiados para su edad sólo porque todos sus amigos lo han hacen. Si adoptas una postura firme en la educación de tus hijos, otros tal vez seguirán tu ejemplo. Sé una influencia positiva en sus compañeros.

10. Enséñales a que se disculpen. Si tu hija hace algo mal, enséñale a aceptar y confesar el error y a enfrentar las consecuencias. No escondas la grosería, la falta de honradez o el bullying bajo la alfombra. Si te equivocas, da el ejemplo y come un bocado de tu merecida torta de humildad.

11. Cuida sus modales. Incluso los niños pequeños pueden aprender los conceptos básicos de cómo tratar a otro ser humano con respeto y dignidad. Al hacer de la cortesía un hábito, les estarás haciendo un favor enorme. Los buenos modales pueden llevarte bastante lejos en la vida. Bien dice el dicho: «Se atrapan más moscas con miel que con vinagre.»

12. Hazlos que trabajen — de forma gratuita. Ya sea ayudando a la abuela en el jardín o como tutor voluntario para los niños más pequeños, asegúrate de que el prestar servicio sea una parte importante de la vida de tus hijos. Esto les enseña a mirar más allá de sí mismos y a darse cuenta de que otras personas tienen necesidades y problemas, y estos son — a veces más graves que los suyos.

Y aún con todo el tiempo que pasarás siendo “la mala”, no olvides elogiar, alentar y recompensar a tus hijos por su buen comportamiento. Y también asegúrate siempre de que ellos sepan que los amas. Con un poco de guía y constancia de sus padres, tus niños pueden cambiar la historia y hacer de su generación una que se conozca por su buena voluntad y como una esperanza para el mundo.

Artículo traducido y adaptado al español por Miriam Aguirre del original en inglés 12 ways to be the meanest mom in the world de la autora Megan Wallgren

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Qué debemos hacer para que nuestros hijos no sean independientes y felices

Este es un artículo que encontré en una web (http://mba.americaeconomia.com), que menciona que hacen los padres para que sus hijos no sean líderes, son cosas que los padres vivimos todos los días, a veces por comodidad, por sobreprotección, por ahorrar pataletas, por no enfrentar los miedos, o por otras razones no hacemos estas cosas que son tan importantes para que nuestros hijos sean mejores personas.

¿Quiere hijos líderes? Sepa lo que no debe hacer

Se basa en las reflexiones del escritor y fundador de Growing Leaders, Tim Elmore. No dejar que los niños se arriesguen, alabar con mucha facilidad y no compartir los errores, serían algunas de las acciones equivocadas de los padres.

Kathy Caprino, quien escribe para Forbes, acostumbraba a trabajar como terapeuta familiar antes de convertirse en coach de carrera y liderazgo. Durante ese tiempo, mientras estuvo en contacto con parejas, familias y niños, Caprino dijo haber visto una variedad de comportamientos funcionales, pero también disfuncionales por parte de los padres que conoció. Impedir a los hijos que ganen independencia, perseverancia y se conviertan en líderes en potencia, eran prácticas frecuentes, aunque inconscientes.

Buscando información sobre este tema, Caprino llegó a los libros del Dr. Tim Elmore, escritor y fundador de una organización que busca empoderar jóvenes a través de un trabajo de mentoría. El especialista confirmó lo que ella creía: muchos padres han sido muy sobreprotectores con sus niños y adolescentes, impidiendo su crecimiento personal y limitando sus capacidades de liderazgo.

A continuación, siete comportamientos identificados por Elmore que deben ser evitados si se quiere que los niños se vuelvan líderes capaces:

1. No dejar que los niños se arriesguen: El miedo a perderlos provoca que los padres hagan de todo para protegerlos. Eso está bien y de hecho es su responsabilidad, pero hay riesgos que son saludables y que necesitan ser permitidos. Psicólogos europeos descubrieron que los niños que no pueden jugar fuera de la casa y ni siquiera experimentar ningún daño -por ejemplo, caerse- frecuentemente desarrollan fobias en la adultez. No permitir que los adolescentes sufran el fin de una relación amorosa o que los niños se caigan algunas veces, entendiendo que eso es normal, probablemente generará adultos arrogantes, que no saben lidiar con los errores y además tienen baja autoestima.

2. Correr demasiado rápido en su rescate: Cuando los padres se hacen cargo de todos los problemas y llenan a sus niños de excesivo cuidado, se deja de enseñar a tomar la iniciativa y enfrentar las dificultades. Es necesario que ellos aprendan a caminar solos, para convertirse en líderes. De lo contrario, serán adultos cómodos e inconsecuentes.

3. Elogiar con facilidad. No hay problemas en elogiar a los niños cuando ellos se lo merecen, pero la política de que “todos son vencedores” puede ser perjudicial, a largo plazo. Es importante hacer que el niño se sienta especial, pero alabarlo sin criterio, dejando de lado comportamientos equivocados, le enseñará a mentir, exagerar y traicionar, por miedo a enfrentar la realidad tal como es.

4. Dejar que la culpa sea un obstáculo para el buen liderazgo: Los niños conseguirán lidiar con las decepciones, pero no con el hecho de ser mimados. Por eso es conveniente decir “no” o “ahora no” y dejar que ellos luchen por aquello que realmente valorizan.

5. No compartir los errores. Adolescentes sanos van a querer hacer las cosas a su manera, y los adultos deben permitir eso, lo que no significa que no puedan ayudarlos. Compartir los errores del pasado puede generar un sentimineto de identificación, de forma de orientar a los hijos a escoger mejor. Como los padres no son las únicas influencias de los hijos, tienen que buscar ser la mejor influencia.

6. Confundir inteligencia, talento e influencia con madurez: La inteligencia es muchas veces usada como una medida de madurez en un niño. Como resultado, los padres acostumbran a deducir que un niño inteligente está listo para el mundo, lo que no siempre es cierto. Para decidir cuándo es conveniente dar más independiencia a un niño, se debe observar a otros infantes de la misma edad y ver cómo responden a las pequeñas responsabilidades que les fueron dadas. No hay que apresurar ni atrasar la independencia.

7. No hacer lo que se dice: Los padres tienen la responsabilidad de dar el ejemplo de vida que quieren que los niños vivan, ayudándolos a construir un buen carácter y ser responsables en todos los aspectos. Como líderes, los padres pueden comenzar hablando con honestidad, sin hipocresía o mentiras, ni siquiera aquellas más simples. Hay que observar las acciones y escoger aquellas éticas, porque los hijos, con certeza, estarán observando.

Aquí el link del artículo:

http://mba.americaeconomia.com/articulos/reportajes/siete-comportamientos-de-los-padres-que-impediran-que-sus-hijos-se-vuelvan-lide

Dejar de gritarle a los niños….

Hoy quiero compartirles un artículo que encontré en internet sobre una señora que era muy gritona con sus hijos y un día empezó a darse cuenta que cuando eso pasaba la que peor quedaba era ella… se dió cuenta que no era la mamá que siempre había soñado ser y decidió prometer a sus hijos que pasaría 365 días seguidos sin gritar, se empezó a llamar el «Rino Naranja», como un recordatorio de no gritar, sino estar calmada como un rinoceronte y cálida como el color naranja. Después de mucho esfuerzo esta valiente señora pasó 400 días sin gritar y aprendió demasiado. Dentro de todo lo que aprendió están estas 10 cosas:

1. Gritar no es la única cosa que desapareció: dejar de gritar le ayudó a evitar muchas consecuencias negativas adicionales, como su malestar después de haber gritado, sentirse una mala mamá, los niños diciendole que era la peor mamá del mundo y su esposo molesto después de que ella perdía la paciencia…

2. Los niños son la más importante audiencia: muchas veces las mamás somos muy queridas y pacientes con los niños delante de otras personas pues nos importa mucho lo que esas personas piensen o digan al vernos, en cambio cuando estamos solas con ellos, perdemos fácilmente la paciencia. Realmente las personas que más deberían importarnos son nuestros hijos, son los seres más importantes de nuestra vida, son a los que realmente hay que impresionar.

3. Los niños son niños, y no sólo eso, son personas: como todos tenemos días felices y días dificiles, los niños también los tienen. Adicional a esto, los niños son niños, no hay que olvidar eso, son curiosos, traviesos y están aprendiendo a manejar sus emociones. No hay que olvidarlo.

4. No es posible controlar las acciones de los niños, pero si se puede controlar mis reacciones: puedo hacer todos los trucos posibles de paternidad para disciplinar a los niños, pero ellos son niños y no siempre todo saldrá como yo quiero. Yo puedo decidir si quiero gritarles cuando no escuchan o irme por un segundo, tranquilizarme y luego volver con una mejor actitud.

5. Gritar no funciona: muchas veces gritar es más facil que respirar profundo y buscar alternativas creativas diferentes a gritar. Pero gritar no funciona, solo hace que las cosas se salgan de control y hacer más dificil que los niños entiendan lo que les quiero enseñar.

6. Gritando te pierdes de momentos importantes de la vida: a veces no esperamos a escuchar a los niños y antes de que hablen les interrumpimos y los regañamos, a veces vienen con comentarios hermosos, miedos, reflexiones lindas, que no los dejamos expresar y pueden ser algo inovidable o importante para ellos.

7. Hay dos palabras importantes para recordar: «al menos»…. siempre que hay una situación que nos lleve a ofuscarnos o a perder la paciencia, pero cuando uno lo analiza sin emoción, se da cuenta de que la mayoría de las veces es algo que no es tan grave o que podría ser peor, este punto nos lleva a pensar en eso cuando suceden las cosas que nos pueden hacer perder el control… pues realmente no es tan grave o podría ser peor… «al menos» no fué peor!

8. Algunas veces, yo soy el problema, no mis hijos: Muchas veces sucede que el cansancio, el malgenio por algo externo o con otra persona que no son los niños (esposo, empleadas, etc), hacen que estemos muy poco tolerantes y terminemos descargando este sentimiento en ellos. Antes de hacerlo se debe pensar en lo que nos tiene así y ver que el problema no son los niños sino que es uno mismo.

9. Debo cuidarme a mi misma: Cuando uno saca tiempo para si mismo, hacer cosas que le gustan, hacer ejercicio, descansar, etc, está más feliz, más tranquilo y más amable. No sólamente con los niños, sino con todo el mundo.

10. No gritar se siente fenomenal: Dejar de gritar y perder el control hace que uno se sienta feliz, calmado y hasta liviano. Acostarse sin sentimiento de culpa, y levantarse más seguro que se puede educar a los hijos de una manera mas amorosa y paciente. Los niños se sienten más tranquilos y felices y aunque eso no significa que se porten mejor, pues son niños, sus pataletas son mas cortas y las situaciones se manejan mejor. Cuando se esta calmado se puede pensar de manera más racional para resolver los problemas de una mejor manera.

En este link está el artículo completo en inglés: http://www.huffingtonpost.com/the-orange-rhino/10-things-i-learned-when-i-stopped-yelling_b_2886161.html?utm_hp_ref=fb&src=sp&comm_ref=falseCreo que a todos nos pasa alguna vez que perdemos la paciencia con los niños, y luego sucede lo que dice esta señora, uno se siente muy mal, pierde energía, y las consecuencias en los niños son muy tristes. Me parece muy interesante asumir este reto de controlarse, tener paciencia, autocontrol y mirar luego los efectos positivos que trae esto en la vida….

15 cosas que cambian en tu vida cuando nace tu bebé….

Este artículo lo encontré en el sitio de Facebook de «Escuela para Padres» (https://www.facebook.com/escuelaparapadresggm), no se quien es el autor, pero me parece divino y totalmente cierto!!!

1. Descubres en tu interior una fuerza que te agarra de sorpresa y hasta te asusta por su intensidad. Te sientes como una leona, preparada para defender a tu «cachorro» con uñas y dientes.

2. Te das cuenta que puedes ir más allá de tu límite y del límite de tu límite y del límite del límite de tu límite… Y esto te hace sentir infinitamente exhausta y fatigada, pero a la vez infinitamente capaz (¡qué verdad tan verdadera!).

3. Sientes crecer dentro de ti un amor tan fuerte, poderoso y profundo, que a veces hasta te espanta y confunde. «¿Podré querer a otro ser como a esta criaturita?», te preguntas. Ya verás que sí (y ésa será tu gran sorpresa cuando nazca tu próximo hijo).

4. Empiezas a entender, respetar y admirar a tus padres como nunca antes en la vida «no es posible que mi mamá haya hecho todo esto», piensas, «¡con cuatro hijos, tan jovencita y sin pañales desechables!» y crece genuinamente tu comprensión y gratitud hacia ellos.

5. Por primera vez entiendes que «sacrificio» no significa sufrimiento sino: «sacro» + «oficio», o sea, «trabajo sagrado». Comprendes la enorme importancia del lugar que ocupas en el mundo como madre, y el gran valor de tu trabajo.

6. Aumenta tu compasión por todos los niños. Poco a poco te vas haciendo madre no sólo de tus hijos, sino de todos los demás niños del mundo. No soportas ver sufrir a un niño en las noticias, ni en una película de televisión, ni en la calle. Y entre los cambios más cotidianos…

7. En tu casa, tu vida, tu trabajo… reina un nuevo orden, o más bien, desorden. Aceptarlo es clave para tu felicidad y paz interior, o sea que date por vencida y disfrútalo.

8. Descubres el placer y el valor de los momentos de silencio, de una ducha caliente al final del día, una tacita de té con una amiga, una película en casa con tu pareja, una noche de sueño profundo… y disfrutas a fondo cada uno de esos instantes.

9. Borras de tu diccionario la palabra «asco». Cuando a tu hijo se le cae el chupón en el piso, lo recoges tranquilamente y lo «limpias» con naturalidad en tu propia boca antes de volvérselo a dar.

10. Aprendes a dominar el arte de la improvisación. Compones increíbles melodías, transformas tus dedos en marionetas, e inventas fantásticas y absurdas historias para mantener entretenido a tu bebé (sobre todo cuando está cansado, aburrido o enfermito).

11. Tu cinturita (y todo lo que queda al norte y al sur de ella) definitivamente no es la misma de antes, pero te sorprendes al darte cuenta de que estás mucho más interesada en el ombligo de tu bebé que en el tuyo propio.

12. Las horas dejan de tener 60 minutos y los días dejan de tener 24 horas. El tiempo ahora parece transcurrir a un nuevo ritmo (debido seguramente a algún arte de magia del bebé) y por ese extraño cambio llegas retrasada a casi todas tus citas.

13. Los momentos a solas con tu pareja son escasos y breves, pero los dos aprenden a disfrutarlos y aprovecharlos, aunque un cierto bebe llorando esté a punto de interrumpirlos.

14. Como un malabarista que va agregando más y más objetos a su acto, aprendes a hacer dos, tres, cuatro, cinco… cosas a la vez, ¡y sin que se te caiga ninguna pelota!

15. Compruebas que nada, ni siquiera las matemáticas, es una ciencia cierta. Al fin y al cabo 1 + 1 = 3, y 3 no son demasiados, sino… una familia.

Y por fin, como esa leona que defiende a sus cachorros, a medida que crecen vas «soltando la rienda» y te das cuenta que ser mamá no significa proteger eternamente a tu niño de los peligros, problemas y conflictos de la vida, sino permitir que vaya enfrentando sus pequeños problemas, confiada en haberle dado las herramientas necesarias para que poco a poco aprendan a encontrar sus propias soluciones.