Muchas veces queremos imponer reglas o forzar a nuestros hijos a que hagan algo porque ya están «en edad» para hacerlo. A veces no nos damos cuenta que detrás de lo que ellos nos piden hay una necesidad oculta. En esta historia de «Mami, acompañame a dormir», les cuento como descubrí que la mejor manera de que mi hijo sea seguro e independiente no es forzándolo. Que a veces ellos nos piden una cosa, pero en realidad están buscando otra.
Mi hijo Pedro es un pegote de la mamá. Muchos que lo conocen saben que vive con el complejo de Edipo alborotado y hasta le dicen «Edipito» (a espaldas de el obviamente). El vive enamorado de mi y obviamente, yo de el. No pasa un día en que el no se me acerque en repetidas ocasiones, me de un beso, un abrazo, me diga «te amo mami», así, espontáneo. Yo no puedo evitarlo, me derrito. Me derrito al verlo, me derrito con sus abrazos y muestras de amor, quien no. Una de las cosas que más duras me han parecido en la crianza de Pedro ha sido ayudarlo a aprender a desapegarse de mi. Yo entiendo ( y el también) que debe vivir tranquilo sus espacios, que no debe llorar cuando se separa de la mamá y el solito, con una madurez que me sorprende a sus 6 años y medio, lo entiende y lo proporciona: «mami, no me acompañes a la buseta», «mami, no me lleves al colegio porque me quedo llorando». El sabe que cuando se separa de mi pasa feliz, pero ese momento de transición aún le da duro.
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