Ropa sucia, niños felices.

Una de las cosas que le incrustan a uno en el chip de mamá (podría ser un defecto de fábrica) es la obsesión porque los niños se vean limpios y arreglados. No se si nos lo vendió la sociedad de consumo con sus comerciales de detergentes o si es cultural, pero las mamás pocas veces admitimos que nuestros hijos salgan a la calle con la ropa sucia, rota o desarreglados. Pareciera que sobre ellos hubiera un letrero que dijera: «este niño tan sucio tiene una mamá que no se preocupa por el», o al menos eso he sentido yo cuando veo a mis hijos con su camiseta llena de mugre o sus pantalones empantanados. Pero también muchas veces he pensado, cuando los he recogido en la guardería o el colegio, que si el niño está sucio, quiere decir que pasó muy bueno. Pero eso es a la recogida. O sea, el niño debe llegar limpio y salir sucio. Eso es lo que pensamos la mayoría de las mamás. Por eso cuando me doy cuenta que mi hijo se ensució la camiseta en el desayuno, le pongo otra que esté limpiecita. Seguir leyendo